miércoles, 20 de noviembre de 2013

El Anteproyecto de Ley de Servicios y Colegios Profesionales, los Stakeholders y la Competitividad

Cuando Edward Freeman definió los stakeholders hacia 1984 en  su obra -Strategic Management: A Stakeholders Approach- como ”Aquellos públicos a los que pueden afectar o son afectados por las actividades de una empresa”, yo habría modestamente añadido , “Son aquellos grupos de  públicos a los que pueden afectar o son afectados por las actividades de una empresa o  por las actividades de un ejercicio   profesional”

El anteproyecto Español de ley de servicios pretende introducir, con el pretexto de cumplir los requerimientos Europeos en materia de servicios y bajo la  simulación  de aumentar la competencia en el mercado  en defensa de consumidores y usuarios ,un alineamiento con los intereses de grupos de presión económicos ,permitiéndoles en definitiva imponer sus pretensiones desde lo que ha sido la mirada indiferente del Tribunal de Defensa de la Competencia Español hacia prácticas de abuso de posición dominante de aquellos oligopolios.

El lenguaje puede parecer sacado de un libro del siglo XlX , pero situaciones similares se reproducen en el siglo XXl.

A la ciudadanía ,si se le cuenta  que para acceder a una profesión liberal no van a exigirse especiales requerimientos, que los precios de las actividades profesionales van a estar determinados  por un mercado libre y competitivo, que solo las actividades de interés público van a estar sometidas a reserva de actividad , que el ejercicio de una actividad profesional puede ejercerse sin necesidad de una regulación pormenorizada, y que en los Colegios Profesionales se va a profundizar en su democratización; la ciudadanía compra el mensaje. El problema es lo que subyace en él y a los intereses reales a los que sirve.

La compra del mensaje se alienta ante algunas situaciones en las que determinadas  actividades profesionales se realizaban  con oscurantismo, las corporaciones profesionales eran de hecho cortijos caciquiles con sistemas de participación endogámicos, donde los consumidores y usuarios se perdían en reclamaciones a los órganos de gobierno en exigencia de explicaciones sobre  el uso de códigos de buenas prácticas por los  colegiados. Aquellos  polvos, pese a la producción legislativa de los últimos años, tratando de poner orden en  todo esto, ha traído el lodo del anteproyecto Español de ley de servicios y colegios profesionales. No la coartada de directiva Europea alguna para su trasposición en la forma que  se pretende.

Dicho anteproyecto va a convertir a toda la sociedad Española en un inmenso  stakeholder en el que nadie va a escapar de verse afectado profunda y negativamente por las decisiones a las que se van a ver abocados a tomar numerosos colectivos que prestan servicios profesionales y que tienen una profunda incidencia social y económica. Esto no es una cuestión  de corporativismo defensivo, si no, al tiempo.

Las clases medias profesionales van a caer en manos de los oligopolios que campan en nuestro país. Ellos impondrán más impunemente sus precios en el mercado, como vienen haciendo en muchos casos. Como muestra valga el que la Organización de Consumidores y Usuarios, que ha reunido a más de 400 mil consumidores de energía eléctrica y ha tratado de subastar a la baja los contratos de suministro eléctrico al mejor postor, solo parece que ha conseguido, de momento, algún comentario displicente de las grandes  eléctricas.

El estado del bienestar y la protección de derechos  constitucionales tan elementales como el derecho de acceso a la justicia en condiciones de igualdad, pudiendo contratar una defensa ante los Tribunales en las mismas condiciones que los más poderosos, o los de prestaciones de servicios  sanitarios y de educación, cuando estos no son públicos,  exigen también que algunas de estas actividades, precisamente por su especial incidencia e interés social, estén reguladas y no pueda dejarse ello al albur del mercado. Un medicamento en la farmacia, una prestación sanitaria en un seguro privado, la defensa de un derecho ante los Tribunales, la gestión procesal de un pleito, la educación no gratuita, no pueden dejarse a la exclusiva merced de la oferta y demanda por el mero hecho de ser actividades no prestadas en exclusiva por el estado, so pena de que la calidad de las mismas se resienta profundamente y originen grandes disfunciones para los usuarios y para los prestadores del servicio.
Valga un ejemplo. A un banco le va a ser más económico  contratar a un Abogado para defender sus intereses que al ciudadano  que quiera contratar  a otro Abogado  para defender los suyos frente a  ese Banco. La entidad produce pleitos en masa y puede imponer un precio al profesional, si quiere trabajar con el Banco, el otro ciudadano, si no es acreedor de justicia gratuita, habrá de pagar  lo que el mercado establezca. Al final , el resultado, es la desigualdad de unos respecto a otros en aspectos que afectan a derechos tan elementales como los relacionados con la Justicia. Cuestión esta, ajena al igualitarismo y no a la igualdad, y que en nada contradice  con aquellas diferencias que nacen del mérito, la capacidad, la innovación y el emprendimiento.

Algunas Profesiones como las de Procurador de los Tribunales y Abogado se quieren mezclar  y acabar con las reservas de actividad para cada una de ellas. Es algo así como si a un Juez le permitiéramos un día ponerse el traje de Fiscal y al siguiente el de  Juez, o   a un Notario un día de Registrador y el siguiente de Notario o a un Farmacéutico un día de Farmacéutico y al otro de Químico. Indudablemente este burdo ejemplo solo pretende hacer notar que muchas Profesiones son diferentes, aunque tengan  elementos de conocimiento y praxis comunes, incluso actividades con similitudes. No por ello vamos al veterinario a que nos cure una herida, aunque sin duda sabría hacerlo. Si una profesión está vacía de contenido desaparece, pero cuestión diferente es que la actividad que  se  realiza  en una profesión sea indiferente que la realice otra. Si hablamos de funciones, quizá  las del ministro de economía las podría realizar el de hacienda y viceversa, o ya puestos ,quitamos uno y que el otro haga las dos funciones. Esto lo entiende un niño.

Estado social de derecho, economía de mercado y competitividad son conceptos no reñidos, si lo que subyace con ciertas reformas, en nombre de aquello, no es simplemente crear  un sistema en el que a los oligopolios, los propios y los ajenos,  se les tenga  calmados  en nombre de determinadas libertades económicas o por ciertas dependencias de ellos, y a cambio  precarizar a numerosos sectores de  una sociedad bajo la excusa de dinamizarla.

 Sin la menor duda , no toda empresa grande, fuerte en el mercado  y rentable , que en definitiva cumple un fin económico y social  se identifica por ello como  parte de un oligopolio , lo que no obstaría para tomar medidas  si actuaran de hecho como tales oligopolios o  si se constatara por su forma de interactuar  que hacen  gentlemman’s agreements por debajo de la mesa. El cercenar la libertad y regular todo a nadie le gusta, pero dejar a la intemperie del mercado desregulando determinadas actividades puede tener un efecto negativo boomerang contra quien lo lanzó, además de dar pie a  cierta  “impunidad en las prácticas y usos comerciales ” de unos pocos consumidores masivos de servicios ,frente a la mayoría de los consumidores y usuarios.

Al final, si el anteproyecto no se modifica profundamente, la sociedad, toda la sociedad, se va a convertir en un  stakeholder en el que el ejercicio de numerosas actividades profesionales va a repercutir negativamente en ella al disminuir el consumo por la precarización de más población, aumentado las listas de parados con los empleados relacionados y dependientes de  muchas  profesiones afectadas por el anteproyecto. Esto, reduciría los ansiados ingresos fiscales para sostener a un estado que da la sensación ,en muchas ocasiones, que duda de si mismo. A su vez , la presión desmedida de los consumidores más fuertes ,a la postre, podrá provocar temporalmente efectos dumping en los precios de determinados servicios prestados a sectores puntuales como el de seguros, con el efecto de  baja de calidad del servicio para sus usuarios. Por el contrario ,el anteproyecto, lejos de conseguir un mercado más competitivo, diáfano y autoregulado  ,en el que los jóvenes encuentren trabajo , existe el riesgo de que muchos  jóvenes profesionales ,sin posibilidad de resistencia económica ante la presión de un mercado mediatizado de facto por los abusos de posición dominante de grandes consumidores , se produzca  un  ajuste en el tamaño de ciertas profesiones y por ende en  su oferta de servicios ,corriendo el peligro ,eventualmente, de  una inflación de precios en las actividades de esas profesiones que se  desregularan.


 Pese a todo ello seguiremos sosteniendo a los oligopolios en un “mercado con la  impunidad de los grandes” para que no nos “monten” un caos sistémico, dejándonos  sin luz, sin gas, sin gasolina, sin crédito, sin teléfono, sin medicamentos, y sin vida;pero aún así  el  Tribunal de Defensa de la Competencia y el Ministro del ramo sobrevivirán.

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