miércoles, 20 de noviembre de 2013

EL PELIGRO SISTÉMICO BANCARIO

La Banca, cuando las cosas han ido bien, ha ganado mucho dinero; y no hay nada que objetar, si ha obtenido esos beneficios legítimamente, sin engaño. Sin embargo, cuando las cosas han ido mal, se han socializado sus pérdidas, con cargo al erario público, con el pretexto de no incurrir en un caos sistémico.

La Banca y el Estado son cautivos uno del otro. Con el dinero que recibe la banca española del Banco Central Europeo se compra deuda pública a unos diferenciales que llegan al 300%. Esto supone una mutua dependencia.

Algunas entidades bancarias son buques insignia en el mercado exterior. Sin embargo, no puede ser patente de corso para ciertas actuaciones de sus consejos de administración. Concretamente, hemos asistido a auténticos desvaríos en las indemnizaciones y privilegios a consejeros y ejecutivos. Cabría argüir que los Bancos no intervenidos, pudieran seguir actuando como hasta ahora: que sus accionistas decidan las atribuciones que otorgan a los consejos de administración. Pero esto sería, en mi opinión, perverso.

Habitualmente los consejos de administración representan a grupos o familias que ostentan porcentajes minoritarios de las acciones de una entidad financiera. Es también frecuente sustituir la prima de asistencia por un regalo, con el fin de delegar el voto en el propio consejo de administración.

A este tipo de corrupciones hay que ponerle freno. En una situación como la actual, en la que no hay fluidez en el crédito,  y a su vez se ejecutan sin piedad los créditos morosos, amparándose en la seguridad jurídica, no es admisible que esas minorías que controlan los consejos de administración lo hagan a sus anchas, sin que el regulador, a su vez, haga nada o mire hacia otro lado. No es cuestión sólo de ricos o pobres, sino de algo ejemplar y ejemplarizante, que no se resuelve con un recorte del 20% de las retribuciones a los altos ejecutivos.

Hay otra razón que sustenta la afirmación anterior: el pequeño accionista podría ver recompensados sus ahorros, con dividendos algo mayores, si esa sangría de indemnizaciones, planes de pensiones millonarios, uso de aviones de la entidad, dietas de asistencia a consejos, etc. se le pusiera fin. El pequeño ahorrador lo merece.

La solución pasa por un cambio legislativo que exija, para la aprobación de acuerdos, por las asambleas generales de la Banca, ser consensuados por dos tercios del accionariado.


Esta medida, a mi modo de ver, sería bien recibida no sólo por los accionistas, sino por la población en general, que vería en ella una auténtica integridad tanto del Estado como de las entidades bancarias. El “ajuste” y los “recortes” serían admitidos por los ciudadanos, evitando un peligroso y sistémico cáncer social, mucho mayor que el bancario: la desafección por la cosa pública y la consideración de que la clase política, sindical y banquera es uno de los mayores males que nos aquejan.

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